Horror vacui

El hombre. Curiosa criatura que creó un Dios que lo creó a él, porque le molestaba no tener una explicación sobre preguntas existenciales tan profundas como “¿Por qué estoy acá?”. Qué hacer ante el desconocimiento? Dios. Un dios. Muchos dioses. Algo. La erupción de un volcán? Dios. Un rayo! Dios. Un terremoto! Dios. De dónde vengo? Dios. Pero no, este no es un post sobre Dios, ni religión, ni nada por el estilo (de esos hay varios). Es un post sobre la incomodidad de ese vacío. Vacío provocador, vacío que llama a ser llenado. Invita. Empuja. Aprieta. Incomoda. Cómo cuesta aceptarlo… Todo vacío, toda ausencia. A pocos temas se les debe haber dedicado más páginas en libros de filosofía que al “ser” y a la “nada”. Porque, let’s face it, cada vez que se habla del ser, se habla de la nada, ya que cada concepto contiene a su antípoda.

Aristóteles dijo “la naturaleza aborrece al vacío”. Qué impertinencia! Un hombre auto-adjudicándose la capacidad de saber/decidir qué es aquello que la propia naturaleza aborrece. Obvio que en realidad el hombre aborrece al vacío, y en su aborrecimiento del vacío, en su infinitesimalmente pequeña capacidad de salirse de sí mismo, si él aborrece al vacío, todo debe aborrecer al vacío. Y esa percepción duró varios siglos.

Los vacíos explicativos no son los únicos que molestan. Toda ausencia. La muerte. La falta de trabajo. Amistad, pareja. Una separación. La carencia es uno de los motivos principales (diría él principal, pero la verdad, no lo sé) de angustia en nosotros (vamos a considerar que la naturaleza, aunque aborrezca el vacío, al menos no se angustia). Molestan esos vacíos. Y entonces tratamos de meter con calzador cualquier cosa, con tal de emparchar. Mierda que molesta el vacío. Mierda que molesta la soledad. Mierda que molesta “la ausencia de”.

Y como nos molesta, la proyectamos por todos lados. Bien animista, por supuesto. Y la naturaleza aborreció el vacío hasta que apareció Galileo (Galileo capo si los hay). Alguna vez me imagino (si me dice que no, no le creo), chupó algo con una bombilla. Pajita. Palote. No sé, es de esas cosas que tiene demasiados nombres distintos dependiendo del país. ¿Si usted chupa de su botella de agua con una pajita, por qué sube el agua por la pajita?. Pues es obvio!!! La comunidad científica del momento entendía que, en el momento de remover el aire de la pajita al hacer succión… uno estaba a punto de generar un vacío. El agua, al rescate, trepaba justamente para evitar que se produjera el vacío, porque, obviamente, la naturaleza aborrece el vacío. Eso sí, si usted tiene una pajita de 10 cm, observa ese fenómeno. ¿De 1 metro? También. ¿5 metros? Sure. Pero si su pajita mide, digamos, 12 metros (¿De dónde sacar una pajita de 12 metros, no?), el líquido no sube más que 11 metros. No mas. Por más succión, por más fuerza, por más lo que sea. Ante esto, Galileo dijo algo así como “La naturaleza aborrece al vacío, pero por algún motivo solamente hasta los 11 metros”, obviamente a modo irónico.

¿Por qué no sube el agua más de 11 metros? Bueno, hoy se sabe (y hace mucho se sabe) que en realidad  tiene que ver con la presión atmosférica ejercida sobre el líquido. Pero me parece tan aburrido hablar de eso ahora que tengo miedo de hacerlo y quedarme dormido delante del teclado. Si saco el aire… ¿no hay nada?. Ese vacío, es la nada?. Existe el vacío?

Bueno, nuestra concepción actual del mundo está lejos de creer que eso es un “espacio vacío”. Por tantas, pero tantas razones… Para empezar: por más que uno piense que “sacó todo el aire”, siempre quedan moléculas dando vuelta. Es dificil llevar la presión a ABSOLUTAMENTE CERO. Y la presión es eso. Microscópicamente, la presión no es otra cosa que el choqueteo de miles de millones de moléculas que se agitan térmicamente y chocan contra las paredes de donde sea que estén. Cuando usted infla un globo, hace eso. Sopla, mete aire en el globo, y ese aire choca contra la goma hasta que la presión adentro de globo y afuera es la misma (en realidad falta la tensión superficial… pero esa es otra historia). Y si sopla mas, hay mas aire, el globo se expande. Pero no voy a escribir un post sobre inflar globos.

Saquemos las moléculas. Consigamos una bomba tan, pero tan tan tan tan tan potente que sea capaz de sacar “todas” las moléculas. Hay espacio vacío? Ahí está la nada? Y no, no vamos a ir por la senda de “si está lleno de “nada”, entonces está lleno de “algo” y no puede no haber nada”, porque es el tipo de silogismo que me genera violencia y se lo dejamos a otra gente. Nuestra concepción actual dice que eso no está vacío para nada. Para empezar, tiene espacio y tiempo. Desde Descartes, el espacio y el tiempo (¿le suenan los “ejes cartesianos”?) fueron el “escenario” en el cual los fenómenos físicos tenían lugar. Los objetos se “mueven” en el espacio, como si fueran los actores, y el espacio una especie de escenografía inerte para la gran obra de teatro del Universo. Sin embargo, desde la formulación de la Relatividad General, esa imagen cambió para siempre. Materia, energía, espacio y tiempo se comportan afectando las unas a las otras, de manera inseparable. Ya no mas un escenario en el que transcurre la acción. La materia curva el espacio… y hasta lo sacude! Me remito sin más al descubrimiento reciente de las ondas gravitatorias (quedará para otro post). El espacio-tiempo, incluso en ausencia de materia, está lleno de campos. Los campos se merecen otro post en algún momento, pasando de ser una mera herramienta matemática para describir fenómenos, a tener auténtica entidad física. E incluso, el vacío (tal vez el falso vacío?) es una sopa en contínua ebullición, ya que a través de distintos procesos, las fluctuaciones cuánticas permiten que “de la nada” se formen pares de partículas que luego se aniquilan entre sí (llamadas partículas virtuales). Eso quiere decir que en cualquier parte del universo, en este momento, seguramente hay moléculas dando vueltas, y aunque no las hubiera, está probablemente llena de neutrinos (Muchos, muchos, muchos, muuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuchos neutrinos están bombardeando su cuerpo en éste momento, proviniendo de algún rincón recóndito del Universo, pero agradezca que los neutrinos interactúan muy débilmente con la materia y usted ni se entera). Y si no hubiera neutrinos, seguro que está en plena ebullición con partículas que se crean y se aniquilan más rápido de lo que podemos llegar a imaginar, y si eso no pasara, están llenas de… espaciotiempo. La naturaleza aborrece el vacío? Maybe.

Y nosotros al parecer también. Pero no solo desde nuestra obstinación por llenar vacíos intelectuales y afectivos. Aborrecemos el vacío de formas mucho más sutiles. Y si no, no existiría el efecto Ganzfeld. ¿Y qué es el efecto Ganzfeld, se pregunta usted, querido lector?. El efecto Ganzfeld (escribir 3 veces al hilo efecto Ganzfeld (meta-nota: ya son 4) probablemente hable de una pobre calidad de estilo. So what?) es un tipo de alucinación que se puede generar a partir de la privación de estímulos. Hay varias formas de generarlo. Se tapan los ojos, se genera algún sonido de volumen bajo, y se deja a la persona inmovilizada en esas circunstancias. Se espera un tiempo. Eventualmente esa persona empieza a ver cosas. A escuchar cosas. Su cerebro empieza a completar (el cerebro siempre completa, o usted cree que lo que ve es lo que realmente ve y no lo que su cerebro le está completando? Perception is a tricky business). Y así se puede llegar a alucinaciones de todo tipo. El efecto se produce, según se cree, por “amplificación del ruido neuronal”. Es decir, nada está ABSOLUTAMENTE QUIETO, y las neuronas tienen su actividad basal todo el tiempo, que se encuentra totalmente eclipsada por la actividad de percibir estímulos. Pero cuando ningún estímulo queda… cuando queda la ausencia de estímulo, o la “nada”… esa actividad basal y despreciable, es lo único que hay. Y se amplifica. Y usted ve patrones geométricos y demás. Ante la nada… algo había.

Es gracioso cómo nuestra necesidad de “completar” se manifiesta en todos los ámbitos. En el mundo del arte, el horror al vacío se usa para describir obras en las cuales no hay espacios vacíos y se completa todo espacio con puntitos, rayitas, motivos varios. O incluso personajes, etc. En el arte precolombino hay muchísimos ejemplos de eso, y es solo uno de tantos

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Así que incluso en nuestras manifestaciones artísticas, odiamos el vacío.

Incluso más increíble: No solo “la naturaleza” aborrece al vacío, y nosotros como hijos de la naturaleza lo aborrecemos. Nuestros hijos artificiales aborrecen el vacío. Los hijos de los hijos de la naturaleza. Lo cual es notable.

Hace un poco mas de un año aproximadamente, Google empezó a diseñar una serie de algoritmos para sus motores de búsqueda de imágenes. Básicamente la idea era así: Si usted tipea “banana” en google y le pide que muestre imágenes, aparecen miles de imágenes de bananas. ¿Se puede diseñar un algoritmo para que, a partir de la palabra “banana” y todas las imágenes asociadas a “banana”, ese algoritmo pueda “conceptualizar” qué forma tiene “una banana cualquiera” (y ya no “esas bananas de las imágenes”), si no la “abstracción” del concepto banana? Powerful shit indeed. La cuestión es que lo que hace el algoritmo es tratar de sacar las generalidades de las imágenes y hacerse su propia representación de “árbol”, “casa”, “banana”, etc. Y hasta donde ví, las cosas era una mezcla de engendro con éxito. Esto es mucho más que una nota de color, ya que realmente, realmente, es algo que considero está yendo hacia la inteligencia artificial. Pero se desvía del punto. Manténgase conmigo. Algo que hicieron después es, “darle de comer” una foto, o fotos, de distintas cosas (sin el “nombre” asociado) y ver si podía identificarlo a partir de la “imagen conceptualizada”. Super interesante, etc etc, pero sigue sin ser lo que me interesa ahora. Lo otro que hicieron, y que me remite a Blade Runner es lo siguiente. (Primero, la aclaración, me remite a Blade Runner porque está basada en un libro que se llama “Do robots dream with electric sheeps?» (o algo así)). Se genera una imagen que no es otra cosa que ruido de estática. Como las teles viejas cuando no sintonizaban ningún canal. Es decir, ruido sin ninguna imagen discernible. Y se la da de comer al programa para ver “qué vé” (Si ésto le hace acordar a lo que escribí recién sobre amplificación de ruido neuronal, vamos bien). Y la computadora hizo… arte. “Soñó” por decirlo de alguna manera. Arte abstracto. A partir de muy pequeñas variaciones de tonalidades, etc, su ¿¿¿¿cerebro???? completó, dando lugar a imágenes muy hermosas, con híbridos de casas/montañas/árboles, y paisajes super distópicos.

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A mi me parece hermoso. Y haciendo click acá tienen una galería completa de cosas que las computadoras «sueñan»

El universo aborrece (?) el vacío, nosotros aborrecemos el vacío, y nuestra producción intelectual aborrece el vacío, casi por carácter transitivo. Pero el único que se angustia somos nosotros.

El recorte

I can see by your grin
That you’re trembling within
It’s all over town, cheer down
And the smile on your face
Is sometimes out of place
Don’t mind, no frowns, cheer down.

If your hair should fall
If your shares should crash
You’ll get by even without getting a rash

There’s no tears to be shed
I’m gonna love you instead
I want you around, cheer down.

When your teeth drop out
You’ll get by even without taking a bite

If your dog should be dead
I’m gonna love you instead
The world loves a clown, cheer down.
I want you around, cheer down

Era capo Harrison eh…

La muerte angustia por muchas cosas. Angustia porque no sabemos cuando llega, porque no sabemos si viene con dolor, porque no sabemos qué hay después, o efectivamente sabemos que no hay nada y eso nos angustia aún más. Nos asusta la ausencia. Nos asusta la carencia. Eso nos angustia. Pero hay un motivo más por el que angustia: La conciencia de finitud.

Y con esto no me refiero a que nos hacemos conscientes de que somos «finitos en el tiempo». Eso, a menos que uno crea en la reencarnación o similar, es casi una obviedad. Si no que somos finitos en tiempo frente al catálogo de las posibilidades. El embudo: esa concepción de que a medida que crecemos, tomamos una decisión, y esa elección angustia porque las decisiones que hoy tomo van cerrando posibilidades a futuro, porque si hoy ya decidí ser carpintero no voy a poder ser médico, o si hoy decidí casarme con esta ya no puedo estar con las otras, o si hoy decidí echar raíces acá no voy a mudarme allá… esa sensación de que en el instante de cada elección, lo que dejamos afuera siempre es más chico que el recorte que hacemos de nuestras propias elecciones, y por lo tanto el abanico se achica, el menú se hace cada vez más escueto… Esa angustia existe. Es real, la he transitado. Algunos la transitan para siempre. Otros se dan cuenta de que ese embudo es casi una construcción mental que uno mismo se hace, para agravar y paralizar cualquier decisión. Quién dijo que lo que hoy no elijo no lo pueda elegir mañana? Igual es cierto que eso no corre para todo, porque cuando tenga 60 años si «de repente» quisiera elegir ser futbolista, ahí sí, sería sencillamente imposible (más si considero lo malísimo que soy hoy!).

Y qué? Y entonces hay que angustiarse porque, por ejemplo, nunca voy a ser jugador de fútbol profesional? Si nunca me gano el Premio Nobel? Si la cosa no funciona con tal o cual chica? Igual en este último aspecto quiero creer que hay revancha… En fin. Algunas cosas ameritan más angustia que otras, sí. Pero hoy, por ejemplo, lo que tengo por delante tiene más apariencia de abanico que de embudo, ya que empecé a hacer una cantidad de cosas infinitamente distintas que nunca había ni imaginado. Así que hay tiempo. Pero no alcanza para todo. Hay muchas cosas que nunca voy a hacer. Muchas cosas que nunca voy a ser. Y? Y lo que pienso al respecto es al mismo tiempo reconfortante y perturbador. Nietzsche se planteó qué pasaría si todo lo que hiciéramos, todo lo que decidimos, todo lo que hacemos ahora en este instante, se fuera a repetir para siempre en la eternidad. Si eso que yo hago ahora, eso que estoy por decidir, terminara resonando para siempre en los ecos de la eternidad. El eterno retorno de lo idéntico. Si supiéramos que ese impulso, eso que estoy por hacer, estoy condenado a hacerlo y repetirlo por toda la eternidad, lo terminaría haciendo? O sería una carga tan pesada que tal vez lo haría distinto? (Si lo hago distinto, siempre lo hice distinto, y siempre lo haré distinto).

Creo que al famoso recorte de opciones más que verlo como una tragedia se lo puede ver por la positiva. Sí, soy un catálogo muy pequeño de cosas hechas, frente al catálogo de infinitas posibilidades que dejé, voy dejando, y seguiré dejando afuera. Pero y si fuera inmortal? Si fuera inmortal y tuviera el tiempo suficiente para no hacer ningún recorte, para hacerlo todo. Si yo, y usted, y todos fuéramos inmortales. Y nadie jamás estuviera sentenciado a hacer ningún recorte, porque sería meramente cuestión de postergar las cosas. Hoy hago esto, pero mañana hago eso otro. Y es cuestión de tiempo para ir alargando y alargando mi catálogo de las cosas hechas. Cuál sería el sentido de eso? Más aún, tendría sentido el que debe ser el mayor placer de la humanidad, ver crecer un hijo? Si todos fuéramos todo, qué nos haría… nosotros mismos?

Creo que en algún lugar ya cité una párrafo de Demian en el que Hesse dice: «Pero cada hombre no es solamente él; también es el punto único y especial, en todo caso importante y curioso, donde, una vez y nunca más, se cruzan los fenómenos del mundo de una manera singular. Por eso la historia de cada hombre, mientras viva y cumpla la voluntad de la naturaleza, es admirable y digna de toda atención.» Entonces, tal vez más tremendo que el peso de repetir una y otra vez la elección en el infinito es… ese recorte que yo hago, ese recorte, es quien soy. Ese recorte es, en definitiva, la construcción póstuma, post-factum de mi identidad. Mi identidad como una consumación, como la realización en el punto final, en el último suspiro, en el final del catálogo, en la imposibilidad de agregar algo más a la lista. En ese punto final, queda consumado quien fui. No sé quien soy hoy, pero para cuando termine, podría ser definido como el recorte de todo lo que fue sí y fue no. Obviamente que ni yo ni nadie va a poder documentar eso, ni de mí, ni de nadie. Pero en definitiva, hay algo más poético y reconfortante en ese supuesto embudo. No es tanto una cuestión de angustiarse de todo lo que uno no hizo. Es cuestión de celebrar esa escultura que uno va moldeando, recortándola a partir de una piedra infinita, para terminar con una escultura pequeña, pero singular. Uno mismo. Y algunos pensarán que lo más importante de ese viaje corto, es llevarse todo lo posible. Llevarse emociones, sonrisas, recuerdos. Pero a donde? A donde se lo llevan? Otros pensarán que más importante es dejar algo para el resto. Yo hoy creo que it’s a little bit of both. Hay que disfrutar, pero hay que hacer un recorte que sea trascendente y no no ser un simple ave de paso por esta vida. Y por sobre todas las cosas, aprender a y disfrutar de, pasar la antorcha. En definitiva, la vida sigue, porque todo es un proceso.